miércoles, 29 de julio de 2015

Jordi Juan, ganador del XIX Premio de novela negra de Getafe 2015 (Macadán)

    
Jordi Juan, ganador del XIX Premio de novela negra de Getafe 2015-07-21

El escritor y guionista Jordi Juan Martínez ha resultado ganador del XIX Premio de Novela Negra Ciudad de Getafe, certamen literario internacional dotado con 10.000 euros, convocado por el Ayuntamiento de Getafe, Ámbito Cultural de El Corte Inglés y Editorial Edaf.
El jurado estuvo presidido por el escritor Lorenzo Silva y compuesto por Ramón Pernas, Director de Ámbito Cultural de El Corte Inglés; Berna González Harbour, escritora y editora de Babelia, El País; el escritor Marcelo Luján y Esperanza Moreno, editora de Grupo EDAF. Ángeles González, de la Delegación de Cultura de Getafe, actuó como secretaria de jurado.
Sobre el autor y su obra, las opiniones de los miembros del jurado han sido unánimes para considerar dicho trabajo merecedor del galardón:
Lorenzo Silva: «Una novela en la que destaca la complejidad y a la vez la claridad de la construcción de la historia y el manejo, con pericia e incluso maestría, de varias voces narrativas».
Berna González: «La novela combina una ingeniosa construcción desde distintos tiempos, versiones y puntos de vista que engancha y sorprende sin linealidad. Y se aposenta sobre un pilar central: el personaje de Ava, magnético, profundo y atractivo, en torno al cual giran todos los demás».
Marcelo Luján: «Una novela “pegajosa”: se te pegan los folios en las manos, los párrafos a los ojos, los personajes en el recuerdo. Una novela, en definitiva, de altas virtudes».

La novela

El hallazgo del cuerpo de Ava, una escort de lujo asesinada a martillazos, desencadena una investigación policial donde Bosco, un prestigioso arquitecto, es el principal sospechoso. Sin embargo, el diario de Ava y la ausencia de pruebas abren nuevas vías de investigación que implican a poderosos clientes de la prostituta y que levantan un gran revuelo mediático. La intervención de Raquel, una joven investigadora y amiga íntima de la juez instructora del caso, resultará fundamental para descubrir al verdadero e inesperado asesino.

El autor
Jordi Juan Martínez (Valencia, 1966) estudió Comunicación y Derecho. Publicó la novela juvenil De este lado del silencio (Premio Jaén 1994), así como los libros de relatos El francotirador sentimental (Premio Caja España 1995), Un maestro del soborno (Premio Alfonso Grosso 2003) y Mundo bizarro (Premio Alhóndiga 2005). Periodista cultural y dinamizador en talleres de escritura, Jordi ha participado como guionista en numerosas series de ficción televisiva, y en películas como Salvajes (Goya 2002 al mejor guión adaptado).
En la actualidad está inmerso en nuevos proyectos televisivos y cinematográficos como guionista. Su novela Ángulo muerto estará disponible en librerías a partir del próximo mes de octubre.
Escritores especializados en el género negro de la talla de Alexis Ravelo, Marcelo Luján y David C.Hall, entre otros, han sido galardonados con este premio en ediciones anteriores; un certamen internacional que alcanza en esta convocatoria su decimonovena edición.

(Fuente: GetafeNegro.Com)

sábado, 25 de julio de 2015

Salvajes de Don Winslow (balas)

SALVAJES.
De Don Winslow




Sinopsis: Ben y Chon son dos tíos que saben disfrutar de la vida: les encanta el sexo, el voleibol, la cerveza y las chicas. Ophelia, más conocida como O., tiene fama de alcanzar orgasmos muy escandalosos (por eso sus amigas a veces la llaman Multi O.) y está loca por Ben y Chon. En fin, que se acuesta con ambos. Pero lo que de verdad hace diferentes a Ben y Chon de los demás es que producen la mejor maría del mundo. ¿Algún problema? Ninguno. Bueno, sí, uno: el cartel de Baja. La esencia del narcotráfico mexicano. Que, además, está compuesto por unos tipos con muy malas pulgas: o les das lo que desean o te cortan la cabeza. Son auténticos salvajes. Y ahora, vaya por Dios, tienen secuestrada a O. porque quieren la hierba de Ben y Chon. ¿Qué hacer? Solo hay tres salidas: 
1. Hacerles el juego. 
2. Encontrar y rescatar a O. 
3. Pagar veinte millones de dólares.

SALVAJES DE OLIVER STONE

Marto.

sábado, 18 de julio de 2015

Extracto del Primer Capítulo de la novela, Una bala para Riley (Balas)

Cuando Riley encontró a Verano Ugarte, este yacía desplomado sobre la mesa del fondo de un garito infecto de las afueras de Madrid. Emitía leves ronquidos etílicos de placer y abrazaba, con inconsciente fuerza, la penúltima botella de whisky.
De haber estado la música un poco más baja, podría haberse escuchado el crujir de las maderas del suelo, bajo el peso de sus botas, cuando Riley se aproximó a la barra. Se acodó de espaldas entre una pareja de tortolitos y tres camioneros búlgaros. La parejita feliz se profesaba arrumacos y promesas de amor aún por romper. Los búlgaros, más prácticos, chapurreaban en español sobre el precio del gasóleo, sobre fútbol y sobre las dudosas preferencias sexuales de una mujer llamada Lulú.
Riley observó al hombre llamado Verano. Rondaba los cincuenta. Un cigarrillo sin prender pendía de sus labios, y subía y bajaba acompasando el ritmo de su respiración. Su imberbe rostro, carente de arrugas, iluminado por la deficiente luz que a duras penas se filtraba por los sucios cristales del local, parecía el de un hombre decidido a no envejecer jamás. Se giró y se sentó a horcajadas en un taburete cercano. Pidió una cerveza. El camarero, un tipo de cuarenta y tantos y cola de caballo, gruñó algo entre dientes, dejó de frotar un vaso y se la sirvió. Riley bebió con calma y pensó en el último mes y medio. Tal era el tiempo que había invertido en pos de aquel fulano. Había transformando su vida durante aquellos días en un ebrio carrusel de carreteras secundarias, burdeles y moteles de mala muerte, a lo largo de la costa levantina, desde el cabo de Gata hasta Reus y, desde allí, más de lo mismo, hasta donde la provincia de Guadalajara perdía su largo nombre.
Cuando hubo terminado la cerveza, Riley llamó al camarero y pidió otra. Este se acercó con desgana y se la sirvió. Con la fría jarra en las manos se arrimó a Ugarte. Buscó una silla y se sentó junto a él. Seguía durmiendo el sueño de los beodos. No le importó. Riley también practicaba a menudo ese deporte. Además, eso estaba haciendo precisamente el día en que Graciela, la mujer de Verano, le llamó por teléfono:
Lavapiés. Un barrio de Madrid. Finales de un seco y caluroso verano. Riley estaba sentado tras la mesa de su oficina. Un cuchitril de paredes empapeladas y dudosa ventilación. El teléfono sonó. Una, dos, tres, cuatro veces. Cuándo descolgó, la voz parecía salir de las profundidades de una oscura caverna. Y en realidad, así era.
—Diga.
—Buenas tardes. ¿Señor Riley?
—Sí, señora.
—Me llamo Graciela de Castro. Le estoy llamando de parte de Gordon y Ferris. Del bufete. Me dieron su número.
—¿Por qué?
Ella hizo una pausa. Estaba acostumbrada a mandar. Estaba acostumbrada al enjuague meloso de los cobardes. Era directiva de una importante multinacional de productos de belleza. Poseía un buen montón de acciones de la misma. Nadie en su día a día le hablaba de esa manera. Contó hasta diez.
—Quiero que encuentre al cerdo de mi marido. Hablé con los abogados que llevan mi caso de separación.
—Gordon y Ferris.
—Sí, Gordon y Ferris. Dijeron que usted es el hombre apropiado. Le pagaré bien, señor Riley. Puede pedir referencias mías a los picapleitos, si no me cree.
—La creo.
—No esperaba menos de usted. Y respecto a sus aptitudes para este trabajo…
—¿Con quién habló? —la interrumpió Riley.
—¿Cómo que con quién hablé?
—Sí. ¿Con quién? ¿Gordon o Ferris?
—¿Acaso importa?
—No demasiado.
—Entonces, ¿por qué lo pregunta? —Se extrañó Graciela.
—Hago preguntas. En eso consiste mi trabajo. Pura curiosidad. Déjelo. En realidad no importa.
—¿Sabe? Es usted un hombre extraño.
—¿Conoce usted a muchos hombres?
De nuevo, silencio. Riley aprovechó para encenderse un cigarrillo. Apoyó los pies sobre la mesa y aguardó.
—Touchée —dijo ella al fin, tras una larga pausa—. En lo que a usted concierne, señor Riley, conozco lo suficiente a mi marido. Es una sanguijuela. Una sanguijuela aspirante a poeta. Bebedor empedernido. No da más que problemas.
—¿Qué clase de problemas?
—Borracheras. Escándalo público. Multas de tráfico…
—Entiendo —dijo Riley expulsando una larga bocanada de humo.
—Me casé con un idiota.
—Todos cometemos errores, señora De Castro.
—Mi error, señor Riley, es no haber hecho esto antes —se sinceró—. Por suerte, no hemos tenido hijos. —Ahora parecía divagar. Hablaba casi para ella misma—. Al principio, tenía cierta gracia ser yo la que llevaba el dinero a casa, mientras él cocinaba y escribía poemas que, quizás, algún día le harían famoso.
—Pero, por lo visto, ese día no llegó.
—No. No llegó. Y el bueno de mi marido ha buscado desde entonces la inspiración en el fondo de cualquier botella que cayese en sus manos. En fin —dijo tras un largo suspiro más de rabia que de resignación—… Quiero que lo encuentre y lo traiga de vuelta; quiero divorciarme; quiero que firme los papeles; y quiero recuperar a Palique.
—¿Palique?
—Mi papagayo.
—Claro. Su papagayo. Me parece bien.
—Fue un regalo de bodas. No quiero perderlo. Me recuerda lo que he tenido que sufrir —dijo Graciela.
—¿Por qué?
—¿Cómo que por qué?
—¿Por qué le recuerda lo que ha tenido que sufrir?
—Mi marido, señor Riley, no es bueno ni en la cama.
—Nadie es perfecto.
—Ya. Bien. Palique, el muy canalla, aprende todo lo que oye. No quiero contarle nada más. Cuando encuentre usted a mi marido, pregúntele.
—Lo haré. Respecto al trabajo, no acepto cheques. Cincuenta euros al día, más gastos. Los diez primeros días por adelantado. Si el trabajo dura menos de diez días no le devolveré el adelanto.
—Conforme, señor Riley. Me parece justo. Máxime, teniendo en cuenta que me gasto más en peluquería.

La música del garito cesó cuando tres hombres entraron. Cuarentones, colas de caballo y un par de guitarras eléctricas. Le dijeron a la parejita feliz que se diesen el piro y a los búlgaros que se largasen con viento fresco.
Riley, de espaldas, parecía sestear sobre la silla. Se acercaron a la mesa. Sin música de fondo se pudo escuchar el crujir del entarimado y el chocar de las tachuelas. El más alto de todos habló.
—Lárgate, amigo.
Riley continuó de espaldas. Bebió un trago de su cerveza y encendió otro cigarrillo. Miró el reloj. Eran las ocho de la tarde. Corrieron los segundos. Riley, distraído, pasó las yemas de los dedos por la superficie de la mesa. Alguien había grabado un corazón. Pensó que la marca en la madera duraría lo que durase la mesa. Meditó el asunto.
—Parece que no oye bien —dijo otro.
—Te digo que te largues —repitió el alto.
Riley giró la cabeza y los observó por encima del hombro. El camarero se acercaba. Vio las guitarras. Se volvió y cogió de nuevo la jarra de cerveza. Y bebió.
—Mírame cuando te hablo.
Riley apuró lo que le quedaba de cerveza. Se levantó, y los encaró con una sonrisa. Aplastó los restos del pitillo con la bota. Dejó un billete de cinco sobre la mesa. Cargó el cuerpo enjuto de Ugarte al hombro, pasó en silencio entre los hombres y sus guitarras, y se largó de allí.
—Cobarde.
—Maricón —le dijeron las voces tras de sí, antes de abandonar el local.

Era otoño. Fuera, en el estacionamiento de grava, refrescaba. Tres tráileres; ni uno más. Los búlgaros charlaban sentados en sucios taburetes de camping. La luna, joven a esa hora, apenas iluminaba; y, si lo hacía —al menos a ojos de Riley—, lo hacía de una manera pobre y extraña. Pasó junto a los búlgaros, cargando con el cuerpo de Verano. Se acercó a su destartalado Ford Orión, lo abrió, y sentó al fulano en el asiento del acompañante. Rodeó su coche, abrió su puerta y se sentó al volante. Intentó arrancar el motor. Los cilindros tosieron. Nada. Silencio. Probó una vez más. Arrancó. Miró al tipo, que dormía como un bebé. Meditó unos instantes. Tamborileó con los dedos en el volante. Apagó de nuevo el motor. Sacó las llaves, salió del coche y cerró las puertas.
—No te muevas. Ahora vuelvo.
Pasó de nuevo junto a los búlgaros. Llegó hasta la puerta del garito y volvió a entrar. Fuera reinaba el silencio.
Quince minutos, ni uno más.
Riley salió del bar. Renqueando, con el labio roto y una ligera cojera. Pasó por tercera vez desfilando frente a los búlgaros que rumiaron algo con una sonrisa. Lo dejó correr.
Montó en el coche. Arrancó a la primera. Salió del aparcamiento y cogió la vía de servicio. Verano Ugarte babeaba sobre el asiento. Buscó una salida a los eriales cercanos. De lo alto del primer cambio de sentido salía un camino. Aparcó bajo un chaparro, tiró del freno de mano y reclinó su asiento y se durmió.

Polvo seremos
cuando todo concluya.
Llorando las entrañas
en falsos caminos.
Bourbon,
carne de perro y agrio vino.
Delira, corre y ama,
que la savia fluya.

Esto recitaba Ugarte, levantando su mano en torno a una bola imaginaria, cuando Riley despertó. Se pasó la mano por la boca. Estaba limpia. La sangre del labio se había secado antes de que el alba los encontrara aquella mañana. Riley giró la rueda del respaldo y se incorporó. Verano le miró inquisitivo y preguntó:
—¿Qué te parece?
—¡Pche! Me gustan más los Rolling.
—La verdad, a mí también —dijo Verano Ugarte extendiendo la mano.
Riley se la estrechó.
—Riley.
Pensó que el hombre parecía acostumbrado a despertar en el coche de desconocidos. No le preguntó al respecto. Arrancó el vehículo tras tres intentos. Sacó el coche del camino y enfiló hacia la general.
—Por cierto. ¿Por qué te llevaste el maldito papagayo?
—Pensé que le gustaría conocer mundo.
—¿Y le gustó?
—Y yo qué sé. Es un pájaro.
Riley tuvo que darle la razón. Le contó el encargo de su mujer y llegaron a un acuerdo. El hombre volvería a su casa, para que Riley cobrara lo pactado. «Después —le dijo—, no prometo nada». «Lo que pase después —pensó Riley—, ya no es asunto mío».
Al parecer, el pájaro había pasado la noche en un motel poligonero, cerca de donde se encontraban. De soslayo, Riley observó al hombre que tanto kilómetro le había hecho recorrer. Mocasines gastados. Chinos descoloridos. Parecía un viejo buscador de tesoros que, tras muchos días de pateada por el desierto, solo traía de vuelta a casa un puñado de arena en los bolsillos, y el corazón cansado y el aliento rancio de los perdedores.
Aparcó en la entrada del motel. Un edificio moderno y acristalado. Prefabricado. Divididas sus dos alas por un cuerpo de hormigón. Tonos granates que dejaban poco espacio a la especulación. Amor por horas. Sexo extraño.
Esperó paciente la salida de Verano. Se arrellanó en el asiento. Sacó su teléfono móvil. Un Nokia antediluviano. Un par de llamadas perdidas aguardaban reparo. Mariano Gordon, uno de los socios del bufete, y Graciela, la mujer de Ugarte.
—Estoy con su marido —le dijo cuando descolgó el aparato—. Sí… Sí, también tengo el pájaro. A mediodía, guapa. ¡Ah! Y tenga preparado el dinero.
Colgó. Marcó el número de Gordon. «Estoy en una reunión —dijo el abogado—. Luego te llamo».
Riley encendió un cigarrillo. Fumó tranquilo mientras observaba un pichón muerto desparramado sobre el asfalto. Pensó en Lucía. Verano apareció bajo la escueta marquesina del motel. Sonó el teléfono.
—Diga.
—¡Hombre! —espetó Gordon—. ¿Sigues con lo de la loca del pájaro?
—Sí.
—Trátala bien, Riley. Esa zorra está loca, pero es buena clienta. En fin… ¿Cómo andas? Tengo un trabajillo para ti.
—Esta tarde nos vemos. Acaba de salir el marido.
—En la cafetería. Donde siempre. ¡Ah! Y ven presentable. Quiero que conozcas a alguien.
Verano Ugarte se montó en el coche y acomodó al papagayo en la parte de atrás. Riley miró por el retrovisor. El pájaro ladeó el cuello y le sostuvo la mirada. Y después, entre estertores de placer ficticio, exclamó:
¡Síííííí! ¡Más! ¡Más! ¡Síííííí! ¡Más! ¡Más!
—Es una larga historia —dijo Verano mientras Riley arrancaba el coche.
—Tenemos tiempo.
Riley enfiló por la nacional, dirección Madrid. Ugarte le contó que el papagayo había sido un regalo de bodas que los amigos les hicieron a Graciela y a él cuando se casaron. «Les debió parecer algo gracioso», dijo. De manera que pasó junto a ellos la noche de bodas y desde entonces aprendió el sonido de un orgasmo fingido. «A Graciela, por lo visto, le encantaba», dijo.
—Mmmm. Mujeres.
—¿Estás casado?
—Lo estuve.
—¿Y funcionó?
—Apenas lo que dura tallar un corazón en la madera.
Y, de aquella guisa, llegaron a Madrid: un fulano recitando poemas, un menda con el labio roto y un papagayo fingiendo orgasmos.
Cansados, sucios y ajados, como los personajes de un chiste sin gracia.

Como los últimos supervivientes del incendio de un circo.

Marto.

viernes, 17 de julio de 2015

El día del cometa. (Redención)

El día del cometa


La luna, el sol, las estaciones, la vida y la muerte, hasta la maldita menstruación.

Todo, viene y va. Todo son ciclos. Hijos, padres, abuelos.

En fin, yo, mujer blanca de 28 años, (no me mires así, es verdad. ¿Quieres ver mi D.N.I?) soltera, sin compromiso ni ataduras, no conocí a mis padres y no pienso tener hijos, por lo que nunca seré abuela.
Esta idea me hace feliz, por eso sonrío.

Abandono la carretera y en su lugar, un camino de tierra hace que el ruido de los neumáticos ahogue el sonido de la radio. Subo el volumen, dan noticias, pero espera un momento, ¿eso no será…? ¡Coño, si que lo es!
Detengo el vehículo. Cojo la cámara de fotos.
Un corzo junto a su madre. Otro ciclo, mejor foto.
Me subo de nuevo en el vehículo y arranco y sigo la ruta.
Dan un comunicado en la radio.

“…sí, en efecto, se trata de un ciclo que se repite cada 63 años, la última vez que el cometa paso tan cercano a la órbita de la tierra, ocurrió, si mis apuntes no fallan, en 1946. La estela del cometa será visible para casi toda la geografía nacional en unos pocos…”

Interferencias.
Apenas dura unos segundos pero lo veo a través del cristal con total claridad. El cometa del que hablan en la radio. Mi boca se abre. Impresionante, pienso. Una esfera luminosa que arrastra tras de si, una estela que abarca todas las gamas de colores desde el naranja al púrpura.

Se esfuma tan rápido como ha aparecido.

El volumen de la radio ha vuelto y ahora dan una canción antigua, parece una especie de copla. Alargo el brazo para cambiar el dial y vale, no os lo vais a creer, pero me veo la mano en blanco y negro. Me asusto, y quiero decir que me asusto de verdad, con grito y todo. Miro a mí alrededor, los árboles, el camino, el interior del vehículo y mis propias ropas han perdido su jodida policromía.

Bueno, un pequeño inciso llegado este momento:

1.- No estoy loca.
2.- Tuve que pedir una hipoteca para comprar el maldito pinta uñas.
3. La canción que ya ha terminado y el comentarista de Cuéntame ya han tenido su oportunidad.

Apago la radio y observo de nuevo mis uñas mientras sigo conduciendo. Estoy a punto de echarme a llorar.
Levanto la vista y…

Paremos la imagen un segundo:

¿Qué pinta esa mujer en medio de la carretera? Vale, pues como no se que demonios pinta allí, y yo no soy la hija secreta de Fernando Alonso, la atropello. Sí, así es, no me ha dado tiempo a esquivarla y os puedo garantizar por el sonido, que ser atropellado en blanco y negro, ha de ser igual de doloroso que si te ocurre a color.

Detengo el vehículo y busco el cuerpo, porque después de ese golpe sólo se puede buscar un cuerpo a no ser que creas en los milagros. No encuentro nada y me percato que, del capó del vehículo, sale humo.
No arranca.

Allí, en lo alto de aquella loma distingo dos figuras. Parecen hablar entre ellos y mirar en la otra dirección, de manera que no pueden verme cuando les grito pidiendo ayuda.
Corro hacia ellos haciendo aspavientos. Al estar todo en blanco y negro me siento como la actriz de una película antigua.

¿Será que es mi vista, y todos los colores siguen en su sitio a la espera de ser definidos por alguien que no padezca el síndrome de los hermanos Lumiere?

Creo que no, pero veréis, corriendo como una loca por el campo después de haber atropellado a una persona que no encuentro, y por consiguiente, haber averiado el vehículo quedándome tirada en mitad de ninguna parte, el tema de la apreciación cromática ha quedado relevada a un tercer puesto en mi lista de prioridades.

Estoy tan cerca que, ha pesar de que uno de ellos es enorme y el otro es muy bajito, y que ambos llevan capa y sombrero, puedo aseguraros que no son Batman y Robin, y máxime, después de ver como tras ellos se encuentran, mejor dicho, se encontraban dos tíos disfrazados de extras de Curro Jiménez que acaban de ser ejecutados por el más bajito de los dos.

He dejado de hacer aspavientos, pues veréis, lo confieso, me he meado en las bragas.
Por un momento pienso que lo que acabo de ver es el rodaje de una película de Buñuel, y que en cualquier momento aparecerán decenas de personas con cámaras y micrófonos y puede que hasta uno de ellos traiga donuts en una caja de cartón, de azúcar si puede ser, los de chocolate no me van mucho.

Céntrate, me digo, se te está yendo la olla.

Aguardo unos segundos y no aparece nadie, mucho menos el tío de los donuts.

Vale, paremos la imagen una vez más. ¿Qué tenemos aquí?:

1.- Dos tíos con capa y tricornio y bigote y cara de mala hostia.
2.- Dos fulanos disfrazados de milicianos, que, o bien se hacen los muertos o bien están más tiesos que mi cuenta de Twitter. Me inclino por la segunda.
3.- Última y no por ello menos importante, aquí no voy a encontrar ayuda.

Llegan dos jinetes a caballo. Intento, aún más si cabe, confundirme con la vegetación.
Soy consciente de que todo parecido con una iguana es pura coincidencia. Si al menos esta mañana no me hubiera depilado… Céntrate… Me doy cuenta de lo jodidamente brillante que son mis piernas. ¿Os habéis fijado?

 ¡Novedades Sargento! grita el primer jinete mientras se enciende un cigarrillo.
¡Dos rojos menos Capitán! dice el más bajito de los dos desde la posición de firme.
¡Descansen de una vez, coño! escupe el Capitán. 
¿Qué habéis encontrado? pregunta el segundo jinete.
Dos armas cortas y dos chuscos de pan mi Teniente contesta de nuevo el bajito mientras vacía los restos del zurrón al lado de los cadáveres.
Bien, guardaros las armas y continuar la batida. Antes del ocaso recibiréis más instrucciones. Continuar hasta el río pero sin llegar a la zona del Cabo Ramírez, que ése, cuando se trata de cazar rojos, no conoce ni a su padre. No quiero que ocurra lo de la última vez.

Los dos guardias asienten y se introducen sendas armas en el cinturón.

¡Joder García!- espeta el Capitán ¡Revisa la maldita recámara que te vas a volar los huevos! continua dirigiéndole al más alto de los dos.
Esto… si mi Capitán contesta de inmediato el más alto mientras saca y comprueba el arma.

Los Guardias desaparecen tras la loma y los dos jinetes quedan en silencio mientras los ven marchar. Cuando desaparecen de la vista, se giran con señorío y tranquilidad.
Capitán, dice el Teniente que fija la vista haciendo visera con las manos- parece que una cerda se ha escapado del matadero continua señalando con el dedo.

El Capitán asiente mientras sonríe. Lanza el cigarrillo y desenfunda su arma.

La cerda de la que hablan debo ser yo. Bien, confirmado, soy yo. Ese cabrón me ha disparado. La bala me ha rozado la mejilla. Me llevo la mano a la cara y, Umm… esto rojo y caliente debe de ser sangre.
Echo a correr y escucho dos detonaciones más. Me silban al oído y no se trata de un silbido de esos, fiuuu, fiuuu, de que buena estas, nena; sino más bien, de que bien estarías si estuvieses muerta. Como creo que estar muerta no le va a sentar nada bien a mi cutis, sigo corriendo de vuelta al camino.

Los jinetes espolean sus monturas y cabalgan en mi dirección. Me están gritando y aunque no les entiendo no me paro a preguntar. Vale, ya veo el camino. Mi coche está donde lo deje y ya no sale humo del capó. Desciendo la última pendiente que queda resbalando sobre el trasero. Giro la cabeza y observo como los jinetes no pueden salvar esa pendiente con sus caballos y uno le indica al otro por donde deben rodear.
Gano unos segundos preciosos. Llego hasta el coche para comprobar, que aunque ya no humea, sigue sin arrancar. 
¡Demandare a la Ford!
Veo que los jinetes ya han llegado al camino. Galopan en mi dirección y yo, piernas para qué os quiero, arranco camino arriba como alma que lleva el diablo.

Primero son mis manos las que parecen recuperar el color, luego se extiende por todo mi cuerpo. Miro sobre mi hombro y los jinetes han desaparecido. Me detengo. Mis uñas junto con el esmalte han vuelto a ser las que eran.
Intento recuperar el resuello y me percato que por el camino viene un vehículo, no va demasiado rápido. Le hago señales para que se detenga. Ya me ha debido ver. Se acerca lo suficiente para observar que su conductor va inclinado sobre la radió y…  ya está lo suficientemente cerca para ver que se esta mirando las uñas. Es una mujer. Pero… espera.

Detengamos la imagen por una última vez:

1.- Ese vehículo que viene hacia mí, es el mío.
2.- La que va conduciendo el maldito coche, soy yo.
3.- Vuelvo a estar en blanco y negro, y a pesar de que conozco mejor que nadie a quien conduce ese coche, sé que no va a poder esquivarme. No me muevo. No es que no quiera, es que no soy capaz.

Confirmado, ser atropellado en blanco y negro duele tanto como si te ocurre a color.
Debo de haberme roto la espalda pues no puedo moverme. Oigo como el vehículo se detiene y como la otra yo, se baja del coche. No es que no quiera pedir ayuda, es que la sangre de la boca no me lo permite.
La oigo pedir auxilio y escucho como se aleja. Cierro los ojos y sólo atino a sentir los latidos de mi corazón en las sienes que se van desvaneciendo lentamente dando por finalizado mi ciclo.

Mierda de ciclo por cierto.



 Marto Pariente.

miércoles, 15 de julio de 2015

El asesino dentro de mÍ. (Balas)

EL ASESINO DENTRO DE MÍ.
De Jim Thompson.




Sinopsis:  En Central City, una localidad petrolera al oeste de Texas, la vida era muy tranquila hasta que el sheriff adjunto, Lou Ford, a quien todos tenían por un hombre sin grandes luces, tranquilo y afable, empieza a experimentar recidivas de «la enfermedad» que le hizo cometer un crimen en su juventud. Desde aquel entonces, el objetivo de Lou había sido aparentar normalidad y ocupar sus noches en la compañía de Amy Stanton, una chica de buena familia, como él. Aunque en este libro Lou cuenta de buen grado su propia historia, que culmina en un orgiástico y feroz apocalipsis de sangre, y que comienza con las muertes de Joyce Lakeland, una mujer de dudosa moral, y Elmer Conway, hijo de un magnate, además del aparente suicidio del reo Jonien Papas, confesión tácita de su culpabilidad.


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Trailer oficial de la película, 

"The Killer Inside Me"


Marto Pariente.


martes, 14 de julio de 2015

Novela Negra Vs Corrupción. (Macadán)

Dicen que todo aquello susceptible de corrupción se hará política; y por desgracia, mires donde mires, todo es política. Vivimos fiscalizados, monitorizados por unos Jerarcas de Papel, que desde el mismo momento en que nos levantamos cada mañana, empiezan a hacer "Clinc, clinc", empiezan a hacer caja.

-Enciendes la luz- Clinc
-Abres el grifo del agua- Clinc
-Enciendes la tele o la radio- triple Clinc
-Camino del trabajo, si miras con los ojos adecuados, verás la corrupción florecer como en un vergel de plantas carnívoras. ¿Qué empresa pintó las líneas del asfalto? ¿Qué contrata barre las calles? ¿Quién dio esa licencia para construir una gasolinera en el centro del maldito pueblo?Carteles publicitarios, vados, zona azul, zona roja, etc, etc, etc...
-De la gasolina, ni hablamos- Mega Clinc
-Llegas al curro y es día de paga. Ves tu nómina. No es la cebolla del bocadillo. Se te saltan las lágrimas- Clinc, clinc, clinc,
- Y así, hasta el infinito periódico mixto (entendiendo que los decimales de la exorbitante cifra, son las siglas de los partidos políticos).

Luego, la crisis. Dicen, no hay dinero. Aprétense muchachos que allá vamos a salvarlos. Entonces te preguntas si nos han visto cara de gilipollas. Querido lector, la respuesta es sí. Después de subvencionar empresas de amiguetes, de contratar millares de consejeros, de meter la mano en la caja, de repartirse las Tarjetas Black, de fundirnos a impuestos en definitiva, después de todo esto, te dicen: lo sentimos, socio, pero andamos mal de pasta.

Esto ha sido así desde que el mundo es mundo, y aquí en España, que para estas cosas andamos muy vivos, sólo hemos perfeccionado la técnica hasta el hartazgo. Todo, absolutamente todo, allá donde tus ojos se dejen caer, verás como las huellas en un cristal, el manoseo de los malvados.

Una de las armas que tenemos es la denuncia social a través de la Novela Negra. Un género que trata el problema desde la posición menos ventajosa de la cadena; una posición donde la herrumbre es tal, que amenaza con rompernos a nosotros, es decir, su eslabón más débil. Personificando la Novela Negra en uno de sus mayores tópicos, diríamos que se trata de aquel detective duro, cínico, inadaptado y violento por naturaleza. Un personaje que desde abajo, tropezará con cosas que cada vez le vendrán más y más grandes, mostrándonos así parte de la verdad que se nos oculta.

Por todo ello, gracias a todos los autores de Novela Negra, que de una manera u otra, tienen el valor de sacarle un diente a ese cabrón genocida llamado Corrupción.

Marto.










lunes, 13 de julio de 2015

Y sin embargo, pisamos la misma tierra. (Redención)


Y sin embargo, pisamos la misma tierra…

 
Flota en el ambiente el olor a Napalm y fósforo blanco. El anciano, cerca del fuego y enfundado en su viejo manto, observa como los hombres, uno a uno, van llegando. Pronto la pequeña depresión es invadida por centenares de aquellos que, al regresar al hogar, han encontrado muerte y destrucción.

 
El hombre, agotado, se detiene ante el buzón. Palpa sus bolsillos y saca un manojo de llaves y coge la carta. Al subir la escalera se cruza con un vecino… no se saludan, apenas se miran. Entra en la casa pensando en sus cosas cuando le sorprende el aroma a guiso y durante apenas un segundo recuerda su niñez, la casa de sus padres. Es un fantasma difícil de atrapar.

 
El anciano habla y todos escuchan. El viento del desierto ahoga sus palabras pero no sus lágrimas. Un hombre grita y escupe su ira. Otros se unen a él, alzando varas quebradas. El anciano levanta un solo dedo de su mano encallada y los hombres del desierto guardan silencio a sabiendas que cuando el sol brilla, la tormenta repliega.

 
Un furtivo beso, eso es todo. La mujer observa al marido un instante con los “cómo, cuándo y porqués”, aún por responder. Da media vuelta y arrastra sus pies de vuelta a la cocina. El hombre se deja caer en el sofá. Los niños, egoístas como dioses antiguos, pasan de él. De dedos ligeros y ojos resecos, gritan y juegan absortos. La televisión hace el resto.

 
Dátiles y galletas de avena, eso es todo, y dan gracias, o lo intentan, o ninguna de las dos cosas. De cualquier manera, llevan la comida a la boca, absortos en sus pensamientos. La luna, indiferente a las cuestiones humanas, dibuja una sonrisa en el cielo estrellado.

 
El hombre enfundado en su bata se sienta a la mesa. La mujer sirve los platos y avisa a los chicos y dice, la cena se enfría, y lo dice sin mucha convicción pero lo dice. Piensa que así debe ser. Éstos no obedecen y el hombre, disfrazado de severidad, levanta la voz. No hacen caso alguno. El hombre comienza a cortar la carne. Muy sabrosa piensa, pero no lo dice.

 
La noche cae y todos duermen. El viento da un pequeño respiro  y enfría el ambiente mientras las raídas mantas, como vientres de madre, sirven de cobijo a los hombres cansados. No quedan tiendas ni chamizos, no queda poblado, no queda nada. Polvo y huesos, eso es todo. El viejo se mantiene en vela y reza por ellos, los desheredados. Mira el cielo. ¿Qué no hemos hecho bien?, se pregunta.

 
La mujer duerme en la cama. El calor acogedor del hogar se extingue poco a poco y el hombre medita unos instantes. Los niños, finalmente se negaron a cenar y tuvo que castigarlos. Su mujer se enfado con él, por su poca paciencia o por costumbre; ya todo es por costumbre. Al final del día, nubarrones. ¿Qué no hemos hecho bien?, se pregunta.


El día amanece y los hombres, todavía ateridos de frío, comienzan la pesada tarea de recoger piedras. Nadie habla.

 
La mañana es soleada y la familia, aún por desperezar desayuna en silencio en la cocina. Todavía se respira el ambiente enrarecido de la noche anterior. Nadie habla.

 
Amontonan las piedras y comienzan a cavar fosas. Cuando terminan, se dirigen al campamento y cada cual recoge los restos de sus seres queridos, casi todo mujeres y niños. Los entierran y bordean las tumbas con las piedra. En el centro, una de gran tamaño, honrando con ello a sus mujeres muertas.

Esto no puede seguir, piensa el viejo.

 
El hombre se sienta en su sofá y abre la carta que recogió del buzón la noche anterior y la lee atentamente. La factura del asilo donde está su padre. Ha vuelto a subir. Es un abuso, de seguir por este camino,  habrá que cambiar al abuelo de residencia. Se levanta indignado y enciende un cigarrillo.

Esto no puede seguir así, piensa el hombre.

 

FIN… Y FIN.
 
Marto Pariente.

domingo, 12 de julio de 2015

Sinopsis de Una bala para Riley (Balas)

Aquí os dejo la sinopsis de mi novela: Una bala para Riley.
Sólo pretende ofreceros un viaje que, como el blog, os lleve a través de un mundo de Redención, macadán y balas. Un mundo muy parecido al nuestro.


Riley, ex convicto e investigador privado, recibe el encargo de encontrar a la joven y bella modelo Venecia Gayo, testigo del suicidio de un importante magnate ruso. No es el único que la busca. El Gringo –sicario de un poderoso cártel mexicano que no quiere cabos sueltos– anda tras ella. En medio de la cacería que se ha desatado, aparecerá Salazar, un Inspector de Policía para el que cumplir la ley no será tan importante como el hecho de redimir sus pecados.
Un thriller a caballo entre la novela negra y la novela policiaca donde los actos del pasado vuelven para reabrir viejas cicatrices y saldar deudas que poco o nada tiene que ver con el bien o el mal.
“Quisiera haber visto demonios pero sólo eran leones, dijo la gacela. Son lo que son y no justifican la existencia de Dios.” (tonadilla carcelaria…)


Todo esto sólo es posible, si tú, lector, me acompañas en este viaje.


Marto Pariente.

A los escritores noveles de la Semana Negra de Gijón 2015 (Macadán)




Más de 25 años avalan ya, la Semana Negra de Gijón. Un crisol donde se mezclan  la literatura policial y de género negro, con actos lúdico festivos. Por ello, y a la sombra de lo que genera en cuanto a público y a entusiasmo se refiere, se ha desarrollado toda una amalgama de satélites harto recomendables (mercadillos, conciertos, ferias, concursos, bares y restauración, etc..).

Un referente en cuanto a este tipo de eventos se refiere, la Semana Negra de Gijón, es y será, sobre todo, un espejo en el que mirarse y un objetivo a alcanzar para los que como yo, andamos en pañales en esto de publicar novela negra.

Por ello, mis más sinceras felicitaciones a todos los artistas invitados, a los finalistas en este XXVIII certamen, y dentro de éstos, a los del apartado Premio Memorial Silverio Cañada a la mejor primera novela de género negro

Finalistas:

El oro de Berlín, de Jorge Yaco. Del Nuevo Extremo.
Vertedero, de Manuel Barea. Lengua de Trapo.
Te quiero porque me das de comer, de David Llorente. Editorial Alrevés.
Londres después de medianoche, de Augusto Cruz. Seix Barral.

 

Por que ellos nos demuestran a todos que si se puede, si se trabaja bien.

 

Marto Pariente.
 
 

 

sábado, 11 de julio de 2015

Presentación.

Este Blog que presento ante todos vosotros nace con la intención de parecerse a un buen libro, es decir, dispuesto a entretener y con la ilusión de gustar. Intentaré publicar regularmente de manera que tanto los lectores como yo, estemos un poco más cerca.

Basta de formalidades.

Aviso a navegantes. Este blog se compondrá de tres tipos diferentes de entradas:

Redención- Cuentos, relatos, historias, novelas por capítulos... Todo aquello de una manera u otra ha estado cogiendo polvo en un cajón. Son inquietudes plasmadas en papel que me han acompañado en diferentes momentos de mi vida.

Macadán- Esto es el día a día; la carretera que vamos construyendo y que nadie sabe donde nos hará llegar. Opiniones, noticias, extractos de libros, pasajes... Una visión interior del día a día que nos rodea.

Balas- Estos son los proyectiles que me han marcado, me han tumbado y me han hecho perder el aire. Es decir, os mostraré los libros que más me han gustado, y por ende, afectado en mi forma de entender la escritura.

Buen viaje nos espera, amigos.

Ajuste de cuentas. (Redención)

AJUSTE DE CUENTAS

La sangre sobre la nieve siempre es más roja. Círculos pequeños que con su calor forman insignificantes cráteres que parecen salir del mismo infierno. La sangre es mía y estoy a punto de morir…
El hombre aun sostiene el arma, el cañón debido al cambio de temperatura sigue humeando y él, no aparta la vista de mí. Me observará hasta que muera, lo sé, yo haría lo mismo.
Ha comenzado de nuevo a nevar.
La sangre queda sepultada en pocos segundos. No pasa nada, tengo más. Nuevos cráteres.
Casi no tengo fuerza, los brazos están entumecidos y la visión pierde nitidez por momentos. Cojo un poco de nieve y lo lanzo contra el hombre.
Su cabeza estalla en una lluvia de sesos y cuero cabelludo. Joder con la nieve, pienso.
El cuerpo del hombre se desploma y tras él, otro cañón humeante, en otra mano, otro tipo.
El hombre se acerca y me sonríe.
Adiós, dice.

Adiós, digo.