viernes, 17 de julio de 2015

El día del cometa. (Redención)

El día del cometa


La luna, el sol, las estaciones, la vida y la muerte, hasta la maldita menstruación.

Todo, viene y va. Todo son ciclos. Hijos, padres, abuelos.

En fin, yo, mujer blanca de 28 años, (no me mires así, es verdad. ¿Quieres ver mi D.N.I?) soltera, sin compromiso ni ataduras, no conocí a mis padres y no pienso tener hijos, por lo que nunca seré abuela.
Esta idea me hace feliz, por eso sonrío.

Abandono la carretera y en su lugar, un camino de tierra hace que el ruido de los neumáticos ahogue el sonido de la radio. Subo el volumen, dan noticias, pero espera un momento, ¿eso no será…? ¡Coño, si que lo es!
Detengo el vehículo. Cojo la cámara de fotos.
Un corzo junto a su madre. Otro ciclo, mejor foto.
Me subo de nuevo en el vehículo y arranco y sigo la ruta.
Dan un comunicado en la radio.

“…sí, en efecto, se trata de un ciclo que se repite cada 63 años, la última vez que el cometa paso tan cercano a la órbita de la tierra, ocurrió, si mis apuntes no fallan, en 1946. La estela del cometa será visible para casi toda la geografía nacional en unos pocos…”

Interferencias.
Apenas dura unos segundos pero lo veo a través del cristal con total claridad. El cometa del que hablan en la radio. Mi boca se abre. Impresionante, pienso. Una esfera luminosa que arrastra tras de si, una estela que abarca todas las gamas de colores desde el naranja al púrpura.

Se esfuma tan rápido como ha aparecido.

El volumen de la radio ha vuelto y ahora dan una canción antigua, parece una especie de copla. Alargo el brazo para cambiar el dial y vale, no os lo vais a creer, pero me veo la mano en blanco y negro. Me asusto, y quiero decir que me asusto de verdad, con grito y todo. Miro a mí alrededor, los árboles, el camino, el interior del vehículo y mis propias ropas han perdido su jodida policromía.

Bueno, un pequeño inciso llegado este momento:

1.- No estoy loca.
2.- Tuve que pedir una hipoteca para comprar el maldito pinta uñas.
3. La canción que ya ha terminado y el comentarista de Cuéntame ya han tenido su oportunidad.

Apago la radio y observo de nuevo mis uñas mientras sigo conduciendo. Estoy a punto de echarme a llorar.
Levanto la vista y…

Paremos la imagen un segundo:

¿Qué pinta esa mujer en medio de la carretera? Vale, pues como no se que demonios pinta allí, y yo no soy la hija secreta de Fernando Alonso, la atropello. Sí, así es, no me ha dado tiempo a esquivarla y os puedo garantizar por el sonido, que ser atropellado en blanco y negro, ha de ser igual de doloroso que si te ocurre a color.

Detengo el vehículo y busco el cuerpo, porque después de ese golpe sólo se puede buscar un cuerpo a no ser que creas en los milagros. No encuentro nada y me percato que, del capó del vehículo, sale humo.
No arranca.

Allí, en lo alto de aquella loma distingo dos figuras. Parecen hablar entre ellos y mirar en la otra dirección, de manera que no pueden verme cuando les grito pidiendo ayuda.
Corro hacia ellos haciendo aspavientos. Al estar todo en blanco y negro me siento como la actriz de una película antigua.

¿Será que es mi vista, y todos los colores siguen en su sitio a la espera de ser definidos por alguien que no padezca el síndrome de los hermanos Lumiere?

Creo que no, pero veréis, corriendo como una loca por el campo después de haber atropellado a una persona que no encuentro, y por consiguiente, haber averiado el vehículo quedándome tirada en mitad de ninguna parte, el tema de la apreciación cromática ha quedado relevada a un tercer puesto en mi lista de prioridades.

Estoy tan cerca que, ha pesar de que uno de ellos es enorme y el otro es muy bajito, y que ambos llevan capa y sombrero, puedo aseguraros que no son Batman y Robin, y máxime, después de ver como tras ellos se encuentran, mejor dicho, se encontraban dos tíos disfrazados de extras de Curro Jiménez que acaban de ser ejecutados por el más bajito de los dos.

He dejado de hacer aspavientos, pues veréis, lo confieso, me he meado en las bragas.
Por un momento pienso que lo que acabo de ver es el rodaje de una película de Buñuel, y que en cualquier momento aparecerán decenas de personas con cámaras y micrófonos y puede que hasta uno de ellos traiga donuts en una caja de cartón, de azúcar si puede ser, los de chocolate no me van mucho.

Céntrate, me digo, se te está yendo la olla.

Aguardo unos segundos y no aparece nadie, mucho menos el tío de los donuts.

Vale, paremos la imagen una vez más. ¿Qué tenemos aquí?:

1.- Dos tíos con capa y tricornio y bigote y cara de mala hostia.
2.- Dos fulanos disfrazados de milicianos, que, o bien se hacen los muertos o bien están más tiesos que mi cuenta de Twitter. Me inclino por la segunda.
3.- Última y no por ello menos importante, aquí no voy a encontrar ayuda.

Llegan dos jinetes a caballo. Intento, aún más si cabe, confundirme con la vegetación.
Soy consciente de que todo parecido con una iguana es pura coincidencia. Si al menos esta mañana no me hubiera depilado… Céntrate… Me doy cuenta de lo jodidamente brillante que son mis piernas. ¿Os habéis fijado?

 ¡Novedades Sargento! grita el primer jinete mientras se enciende un cigarrillo.
¡Dos rojos menos Capitán! dice el más bajito de los dos desde la posición de firme.
¡Descansen de una vez, coño! escupe el Capitán. 
¿Qué habéis encontrado? pregunta el segundo jinete.
Dos armas cortas y dos chuscos de pan mi Teniente contesta de nuevo el bajito mientras vacía los restos del zurrón al lado de los cadáveres.
Bien, guardaros las armas y continuar la batida. Antes del ocaso recibiréis más instrucciones. Continuar hasta el río pero sin llegar a la zona del Cabo Ramírez, que ése, cuando se trata de cazar rojos, no conoce ni a su padre. No quiero que ocurra lo de la última vez.

Los dos guardias asienten y se introducen sendas armas en el cinturón.

¡Joder García!- espeta el Capitán ¡Revisa la maldita recámara que te vas a volar los huevos! continua dirigiéndole al más alto de los dos.
Esto… si mi Capitán contesta de inmediato el más alto mientras saca y comprueba el arma.

Los Guardias desaparecen tras la loma y los dos jinetes quedan en silencio mientras los ven marchar. Cuando desaparecen de la vista, se giran con señorío y tranquilidad.
Capitán, dice el Teniente que fija la vista haciendo visera con las manos- parece que una cerda se ha escapado del matadero continua señalando con el dedo.

El Capitán asiente mientras sonríe. Lanza el cigarrillo y desenfunda su arma.

La cerda de la que hablan debo ser yo. Bien, confirmado, soy yo. Ese cabrón me ha disparado. La bala me ha rozado la mejilla. Me llevo la mano a la cara y, Umm… esto rojo y caliente debe de ser sangre.
Echo a correr y escucho dos detonaciones más. Me silban al oído y no se trata de un silbido de esos, fiuuu, fiuuu, de que buena estas, nena; sino más bien, de que bien estarías si estuvieses muerta. Como creo que estar muerta no le va a sentar nada bien a mi cutis, sigo corriendo de vuelta al camino.

Los jinetes espolean sus monturas y cabalgan en mi dirección. Me están gritando y aunque no les entiendo no me paro a preguntar. Vale, ya veo el camino. Mi coche está donde lo deje y ya no sale humo del capó. Desciendo la última pendiente que queda resbalando sobre el trasero. Giro la cabeza y observo como los jinetes no pueden salvar esa pendiente con sus caballos y uno le indica al otro por donde deben rodear.
Gano unos segundos preciosos. Llego hasta el coche para comprobar, que aunque ya no humea, sigue sin arrancar. 
¡Demandare a la Ford!
Veo que los jinetes ya han llegado al camino. Galopan en mi dirección y yo, piernas para qué os quiero, arranco camino arriba como alma que lleva el diablo.

Primero son mis manos las que parecen recuperar el color, luego se extiende por todo mi cuerpo. Miro sobre mi hombro y los jinetes han desaparecido. Me detengo. Mis uñas junto con el esmalte han vuelto a ser las que eran.
Intento recuperar el resuello y me percato que por el camino viene un vehículo, no va demasiado rápido. Le hago señales para que se detenga. Ya me ha debido ver. Se acerca lo suficiente para observar que su conductor va inclinado sobre la radió y…  ya está lo suficientemente cerca para ver que se esta mirando las uñas. Es una mujer. Pero… espera.

Detengamos la imagen por una última vez:

1.- Ese vehículo que viene hacia mí, es el mío.
2.- La que va conduciendo el maldito coche, soy yo.
3.- Vuelvo a estar en blanco y negro, y a pesar de que conozco mejor que nadie a quien conduce ese coche, sé que no va a poder esquivarme. No me muevo. No es que no quiera, es que no soy capaz.

Confirmado, ser atropellado en blanco y negro duele tanto como si te ocurre a color.
Debo de haberme roto la espalda pues no puedo moverme. Oigo como el vehículo se detiene y como la otra yo, se baja del coche. No es que no quiera pedir ayuda, es que la sangre de la boca no me lo permite.
La oigo pedir auxilio y escucho como se aleja. Cierro los ojos y sólo atino a sentir los latidos de mi corazón en las sienes que se van desvaneciendo lentamente dando por finalizado mi ciclo.

Mierda de ciclo por cierto.



 Marto Pariente.

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